Poesía

La Princesa Muerta 

Estoy muerta; todas lo estamos.
Ocultas en la oscuridad de las criptas
paseamos y esperamos un amanecer
que no llegará nunca.
Todas las princesas están muertas
y ése es su principal encanto.
Nada puede hacerlas llorar de nuevo
porque los muertos nunca lloran.
Un muerto no siente nada,
aunque transmita una tristeza infinita.
Las princesas con su muerte
pasean sin rumbo
por las frías losas de los cementerios;
el blanco cadavérico de sus almas
enmudecidas de dolor
se asoma impune a sus ojos.
Todas las princesas muertas han muerto de tristeza.
El dolor del mundo las mató
porque no supieron aprender a ser fuertes,
dejar de ser frágiles y dulces,
dejar de ser princesas.
A las princesas muertas las mataron los violadores,
la crueldad de los niños, la maldad de los hombres,
la belleza absurda de los hospitales,
la monotonía de los relojes,
los sueños no conocidos y las pesadillas reales.
A las princesas muertas
las mataron los segundos de espera en los cafés,
el silencio del sofá,
el vacío abismo de la cama conjunta y fría,
lejana y distante;
las despedidas, los andenes,
los atardeceres rojos y violetas,
el peligro constante de las nostalgias.
Las princesas, todas ellas, todas muertas,
buscan entre los amaneceres su amanecer,
entre las historias su historia,
y buscan y no encuentran,
porque al fin y al cabo están muertas.
Por los callejones de las criptas
huyen aterradas las princesas,
huyen de su muerte,
huyen del frío inmenso que las invade
porque la tristeza es la más fría de las muertes.
Las princesas muertas
esperan a la puerta la llegada del caballero que las reviva,
que resucite en ellas el color dulce de la alegría.
Pero los caballeros se perdieron antes de llegar
en un bosque cercano a la cripta
donde rondan descaradas las putas,
tristes princesas exiliadas del reino de nadie,
que cansadas de vivir se matan
contra los cuerpos de los hombres,
caballeros sin princesas.
Mueren,
en eterna y lenta agonía,
mueren todas las princesas.
Goly Eetessam (copyright)

Poema publicado en la revista Nayagua, de la Fundación José Hierrro, Madridpastora.jpeg

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